Solo Daniel sabía cuántos paradigmas había roto en su mente para acudir a pedir ayuda y consulta a un psiquiatra.
En su ciudad de un poco más de un millón de habitantes aún había muchos señalamientos acerca de porqué alguien tenía que ver a uno de estos profesionales: o es que se había vuelto loco o tenía algún problema extraño, sino para qué ir. La verdad decía la gente es que las cosas de uno se las arregla uno o la vida misma se encarga y no hay que andar contándole los problemas a nadie, y mucho menos a un extraño que cree que se la sabe todas. En síntesis, si estás loco quédate en tu casa porque los paños sucios se lavan en casa y al final nadie sabrá que estás loco si no lo dices.
Sin embargo, luego de pensarlo y pensarlo se decidió por las visitas al psiquiatra que suponían para Daniel uno de los momentos más difíciles de su rutina semanal actual. A veces se cuestionaba mucho el porqué tenía que hacerlo. Había llegado al convencimiento que no podía más y que a pesar de que lo había intentado todo por su cuenta, tenía que pedirle ayuda a alguien, porque sino no podría más con su vida y sobre todo temía por poner en peligro su propia existencia.
Las citas en sí mismas resultaban un suplicio porque el terapeuta no hablaba, sino que solamente escuchaba. Era una forma peculiar de atender a un paciente, pensaba Daniel, pero acaso servía de algo que le escucharan sin recibir a cambio algún tipo de retroalimentación por lo que compartía con el profesional de la salud mental? Recordaba con mucho pesar la primera vez que fue y solamente le dieron más medicinas y no le dio respuesta a todo lo que había conversado. Le dijeron que estaba deprimido y que las medicinas le harían sentirse mejor. Sería verdad? La verdad es que se llevó las recetas, compró las medicinas y se las tomó.
Empezó a sentirse con un letargo grande, como si en su vida nunca hubiera dormido, la boca seca, los ojos pesados, le costaba mucho levantarse y sobre todo tenía pensamientos contradictorios de los que mucho después se dio cuenta. Sin duda los químicos eran inentendibles en sus efectos y a Daniel no le estaban gustando. Nuevamente se planteaba si ir al psiquiatra servía para algo, pues la consulta se resumía a recibir un surtido más de pastillas cada vez que iba.
Qué eran las visitas al psiquiatra? un monólogo? acaso alguien le diría alguna vez cómo resolver esas cosas que le atormentaban y por las cuales había que ir donde ese hombre que escuchaba nada más? La verdad es que no sabía las respuestas.
Las medicinas cada vez le hacían sentirse peor, y no encontraba las respuestas que buscaba. Se dio cuenta que estaba perdiendo tiempo y dinero y además desgastándose más mentalmente.
Tomó una decisión y se dio cuenta que las respuestas sólo podría hallarlas en él mismo y aunque los pensamientos martillaran eran suyos y de él dependía que estuvieran o no. Las respuestas estaban en él mismo y aunque contara y contara las cosas de nada serviría, muy dentro de él estaban las respuestas necesarias a sus problemas.
Le quedaba en la mente una última pregunta, será que están en crisis las profesiones de la salud mental, porque si sólo sirve este médico para dar pastillas y sólo escuchar mejor no gastas te compras las pastillas y no le cuentas a nadie tus cuitas.
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